«La canción que escuché en mi sueño».
La melodía onírica, que parecía estar reprimida en el agua, pronto resonó por toda la habitación.
«Cuando abrí los ojos, se dispersaron los sueños».
El canto de Aria guió al Conde hasta el Río del Olvido.
Su voz sonaba como un hada ingeniosa, un tono juguetón pero picante.
Pizzicato.
Podía escuchar las cuerdas delgadas de un violín siendo pulsadas desde algún lugar lejano.
«Se fue, Noche Mística».
En ese momento, la canción logró capturar el corazón trastornado del conde.
Este era el canto de la sirena.
“E-esto es ridículo”. Dijo, asombrado.
“¡No, no puede ser! ¿Cómo diablos una idiota que no vale ni medio centavo ocultar su voz de mi…? No me digas que Sophia…”. Proclamó el conde incrédulo.
En poco tiempo, el Conde estaba empapado de alegría.
El timbre de Aria era hermoso y angelical, algo que nunca pensó que anhelaría en toda su vida.
“Eso no es todo”.
La letra nadaba en su cabeza como un sueño despierto, las notas lo tranquilizaban, absorbiendo todo su ser desde adentro.
Pero al mismo tiempo, había ira en sus palabras y un olor a sangre llenó toda la habitación.
Esta intensidad era algo que no podía superar, lo agarró y lo encerró. Como un veneno incurable disfrazado de toque de ángel, listo para conducirlo a su morbosa muerte.
Podía sentirlo inconscientemente.
“Ambas son sirenas, pero la diferencia es abismal”.
Esa canción volvería loca a la gente cuerda. Aunque es solo una canción, pondrá a toda la aristócrata bajo de tus pies y tratarlos como si fueran esclavos.
Quizás tomar el control del imperio no era una exageración.
“¡Déjame escuchar una vez más! ¡Mas, mas…!”. El conde rogó antes de pisar una botella de licor y caer al suelo.
Sus ojos estaban inyectados en sangre, estiró su mano tratando de agarrar aquel producto de su deseo, el cual era Aria. Se arrastró por el suelo tratando de alcanzarla.
Fue horrible.
Aria desvió la mirada hacia su cuerpo y lo miró fijamente, con los ojos llenos de disgusto.
“Pensar que fui sacrificada por alguien tan patético como él. Para satisfacer la codicia de aquellos que no saben nada más que riqueza y poder. Qué estúpida fui”.
Conde Cortz.
Controló con violencia a su joven e ignorante hija. Obligándola a cumplir sus órdenes, y a realizar cosas más allá de la imaginación.
En su memoria, solo había recuerdos sangrientos. Todas las noches aparecían nuevos moretones en su cuerpo que le causaban una agonía que solo se podía ver por dentro. Le tenía terror, pero ya no…
“Esta noche será la primera y última vez que me escuches cantar”.
Las frías palabras de Aria aclararon parte de la neblina irracional en su mente.
“¡Espera! E-esta canción es…”.
“Sí, conoces bien esta canción”.
Fue la primera canción que le enseñó el Conde.
Una canción para tratar con los nobles que saben cosas que no deberían saber.
“Olvidarás todo”.
“¡No! ¡Qué estás haciendo!”. Gritó el Conde con urgencia, pero a Aria no le importó y comenzó a cantar de nuevo.
«El sonido de la canción es como un espejismo».
«La noche desapareció como si no fuera más que una ilusión».
Fragmentos de todos los recuerdos que acababa de ver, escuchar y sentir colapsaron dentro de él.
Una energía nebulosa cubrió gradualmente todo su cuerpo y su memoria se desvaneció sin dejar rastro.
«Todo fue un sueño».
“No, no es un sueño. La Sirena, a quien he estado anhelando, está parada frente a mí”. Murmuró el Conde desesperadamente, tapándose los oídos y sacudiendo la cabeza, como si al hacerlo pudiera retener una parte de su memoria.
“Esta voz. Si obtengo eso, recibiré honor, gloria, poder y riqueza, tanta que no se podrá comparar a lo que tenía antes…”.
Sin embargo, Aria, como si se riera de sus esfuerzos, sacó todos los poderes de su canto en la última línea.
«Ah, todo fue solo un sueño».
Se tambaleaba bajo una fuerza abrumadora cuando el sangriento sabor metálico pasó por su garganta.
“¡¡¡SIRENA!!!”. Gritó mientras tosía sangre.
Sus ojos estaban apagados cuando su mirada determinada finalmente vaciló. Gritó su súplica final cuando la voz de ella le quitó todas las fuerzas que le quedaban.
La canción había terminado.
El grito desolado del Conde finalmente se detuvo y Aria ya no encontró motivos para escuchar sus lamentos. No hizo ninguna diferencia para ella ya que ni siquiera le iba a dar la oportunidad de pedirle perdón.
“¿Dónde están las Mermaid tears?”. Preguntó Aria con frialdad, mirando al Conde que había perdido el sentido y se volvió estúpido.
“Mermaid tears… dentro del cajón de mi mesita de noche… en un joyero…”.
“¿Dónde está la llave?”.
Con los ojos bien abiertos, buscó a tientas y sacó una pequeña llave.
Aria le arrancó la llave de la mano y corrió directamente a la habitación del Conde.
Giró la llave y encontró un joyero dentro del cajón. Abrió con cuidado el pequeño estuche. Debajo de la caja había un arete de perla, su brillo de color arcoíris brillaba debajo de la sombra de Aria.
“Las encontré, Mermaid tears”.
La razón por la que nunca se atrevió a resistirse a su padre fue por el par de aretes que tenía, o mejor conocido como, “Mermaid tears”.
Las mermaid tears contrarrestan todos los efectos del canto de la Sirena. Es como un escudo que protegería al portador, incluso de la maliciosa voz de la sirena.
El portador de este pendiente era alguien a quien ni siquiera una sirena podría dañar.
“Pude huir de mi padre justo después de que mi madre muriera”.
Irónicamente, el Conde solía llevar las mermaid tears a donde quiera que fuera, pero después de la muerte de Sophia, dejó los aretes sin usar dentro de su cajón.
Comenzó a usarlos nuevamente cuando se reveló la identidad de Aria como sirena.
“Madre…”.
Aria barrió el joyero con los dedos y abrió el estuche.
“Si tan solo hubiera regresado unos días antes”.
Sin embargo, Aria pronto negó con la cabeza.
Tuvo la suerte de regresar en el momento adecuado. Si hubiera regresado, aunque sea un poco tarde, no habría podido escapar de las garras del Conde tan fácilmente como lo hizo entonces.
Por mucho que extrañara a su madre y su presencia, era importante no ser codiciosa y no perder esta oportunidad milagrosa.
Aria cerró el joyero y apretó los pendientes con fuerza.
* * *
Ella realmente regresó.
Realmente volvía a la primavera de sus diez años.
Aria dejó el periódico que había agarrado de la habitación del Conde y puso su mano sobre su palpitante corazón.
“Pensé que caería en el infierno”.
Ella negó a Dios, pero en lugar de ser castigada, se le dio otra oportunidad. Una nueva vida para remarcar esos años de malos recuerdos.
Fue increíble.
Ahora no habría marcas de quemaduras deformando su piel ni dos piernas delgadas pero rotas.
“Puedo cambiar el futuro”.
Aria se sintió liberada.
El hecho de que la pesadilla que vivió desde su infancia la cual había influido en toda su vida fuera tan insignificante en estos momentos.
No había nada que la encadenará nunca más, ni el Conde, ni los repugnantes aristócratas, ni mucho menos el Emperador. La semilla de sus pesadillas infantiles, que reinó toda su vida, finalmente se había ido.
“¿Y ahora que debo hacer?”.
Ella estaba preocupada.
Su mente agonizaba pensando en su preocupante futuro.
Desafortunadamente, la poción que había tomado tuvo sus propias consecuencias. Además de perder sus cuerdas vocales, la poción también acortó su vida.
La poción que le dio la libertad a Aria, también le dio un límite de tiempo.
Era algo que no podía cambiar incluso si hubiera viajado en el tiempo.
“Moriré cuando llegue a los veinte…”.
“Si es así, ¿cómo puedo pasar el resto de mi vida de manera significativa?”.
Solo una cosa es segura, nunca debe dejar que nadie sepa que ella es la única sirena que queda.
“Porque mis canciones vuelven loca a la gente”.
La música encantadora de la Sirena fue capaz de fascinar, pero al mismo tiempo envenenar las mentes de las personas. Su voz podría atraerlos a la locura y corromper sus pensamientos.
Aria estaba harta de tales situaciones. Ya no quería volver loco a nadie.
“Sirena, he oído que escuchar tus canciones enloquece a la gente”.
Fue cuando.
“Entonces supongo que no importa. Porque ya estaba loco desde el principio”.
Recordó la voz que había oído en sus últimos momentos.
Aquellos ojos grises que parecían haber perdido su color original hace tiempo. Ojos que solo parecían llenos de vida cuando estaban en una feroz matanza.
Sus ojos estaban sin alma y sin vida, la mirada vagaba por todas partes como si buscara claridad.
Tal vez deseaba la cordura, aunque no podía soportarlo. Quizás estar cuerdo atormentaba su mente. Tal vez por eso no lograba despegarse del subidón, del sueño anhelante que se desvanecía paulatinamente al entrar en contacto con la brutal realidad.
“Lloyd Cardence Valentine”.
Fue solo a la edad de dieciocho años cuando heredó el título de Gran Duque.
Sin embargo, cuatro años después ocurrió un terrible accidente. Los Valentine fueron brutalmente aniquilados. Toda la línea de sangre e incluso sus subordinados, todos fueron asesinados. Por lo tanto, se llamó “El incidente de Valentine”.
Lloyd Valentine fue el único superviviente de la tragedia…
Naturalmente, él es señalado como el culpable de dicha tragedia.
“Aunque no se ejecutó ningún castigo.”
Se dijo que el incidente fue la culminación de la locura del diablo, que se transmitió a los Valentine, generación tras generación.
Incluso el Emperador pasó por alto el incidente que ocurrió dentro del Gran Ducado.
En pocas palabras, los asuntos de los Valentine eran inviolables.
“Eso podría ser cierto.”
De hecho, podría haberse involucrado con el diablo y haber matado a todos sus padres, parientes, subordinados y sirvientes.
Al recordar el poder abrumador del Archiduque, que Aria había visto antes de morir, todos podrían haber sospechado de él.
Pero él no quería nada.
Cada persona que firmó un contrato con un demonio tenía sus propios deseos. Podría ser oro, gloria u honor, pero seguramente era algo que deseaban tanto. Algo que ofrecerían cualquier cosa para obtener. Incluso comerciando con el diablo.
¿Quién haría un contrato con el diablo sin tener un deseo o aspiración?
Sus ojos ni siquiera ardían de ira y venganza como lo que estaba presente en Aria.
Ni siquiera había resignación.
“Sus ojos estaban simplemente… vacíos”.
Con ojos que no querían ni deseaban nada, él solo se ofreció a ayudarla con su venganza en lugar de ella.
Como jugar con el diablo.
A Aria no se le ocurrió que él podría ser el que causó la masacre de los Valentine.
Un hombre que no quiere nada.
Aria quería encender una chispa de esperanza para él que se había vuelto gris.
Porque él le había dado esperanza.
“Solo quiero mostrarte la felicidad que podrías haber disfrutado, no el cielo o el infierno”.
Si la acepta.
“¿Puedo pasar el resto de mi corta vida a tu lado?”. Pensó Aria.
Quería ser la luciérnaga que iluminara su noche más oscura. Dar su vida entera por él, el deseo de protegerlo y la voluntad de asumir el sufrimiento si fuera por su felicidad.
* * *
“Creo que el maestro se ha vuelto loco”.
El suelo de madera del ático crujía bajo los pesados pasos de las criadas.
Aria se sentó en la cama, con los ojos fijos en la ventana antes de volver a mirar a las criadas.
Las criadas pusieron su desayuno sobre la colcha amarilla descolorida.
En la bandeja había un congee amarillo acuoso con un olor extraño que flotaba por toda la habitación.
“De repente dijo que la bañáramos y la vistiéramos”.
“¿Por qué el conde de repente se preocupa por ella?”.
“No sé”.
No pudieron evitar burlarse al ver a la joven, sus ojos estaban llenos de desprecio y desdén.
Aria era la marginada de la mansión. Todos sabían que ella era víctima del abuso del Conde, pero nadie la tenía a favor. De ahí que la consideraran como un fantasma.
Se quedaron allí, sin hacer nada más que mirarla con sus ojos arrogantes.
“¿Quizás el conde planea reconocerla como su hija?”.
“Eh, de ninguna manera”.
“Correcto. Incluso declaró que no la registrará en su árbol genealógico incluso después de su muerte”.
“¿Es porque está borracho? Desde que la señora falleció, él solo bebía durante todo el día”.
“¿No estará tratando de reemplazarla? Tal vez esté tratando de sustituir a la señora con una muñeca decorativa”.
Aria tenía todos los rasgos distintivos del linaje de Sirenas.
Su cabello fluía suavemente hasta su cintura, asemejándose a las flores de cerezo a mediados de la primavera.
Sus pupilas brillaron como si fuera un zafiro rosa pulido y un color rosado tiñó su mejilla con un tono rojizo…
Su apariencia contenía un aspecto encantador que nadie puede negar. Las facciones encantadoras de la niña brillaban incluso más que un manantial alegre, con una impresión tan etérea que alguien podría confundirla con un hada primaveral.
“Sirena”.
La gente hablaría de sus diversas creencias sobre la criatura legendaria, pero siempre estarían de acuerdo en una cosa.
Sus impresionantes apariencias.
La sirena canta tan dulcemente que arrulla a todos con su canto, con su voz encanta, con su belleza despoja a la razón, la voz y la vista por igual traen destrucción y muerte.
“Solía ser una leyenda infundada”.
Pero cuando Sophia, la madre de Aria, apareció por primera vez, el mundo no tuvo más remedio que aceptar su existencia en el mundo.
La existencia de un hermoso demonio, Sirenas.
Mírala a los ojos. Son como joyas, atrapando a la gente con su mirada encantadora.
Una de las criadas se sentó en la cama y miró fijamente a la niña, su mente estaba confusa antes de que pronto recuperará el sentido.
“¿Qué estoy diciendo? Ni siquiera puede hablar”. Dijo la criada.
Traducción: Dashy
Corrección: Sumi
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